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miércoles, 2 de junio de 2010

Diario ( de atrás para adelante) II Parte

El día domingo fue estar echadas como gatas de chalet en la terraza de los Drydens. El clima de tierra adentro de la bahía es más amoroso, tibio, seco y corre brisa fresca. Martínez, el pequeño pueblo donde estábamos, es famoso por que inventó el Martini ( trago que nunca más pude tomar después de un feroz carrete en el departamento de Alberto Chang, en Viña…) y porque tiene una cárcel. Por eso su centro está lleno de oficinas donde te ofrecen la mejor tramitación de fianzas. Martínez es tranquilo, pero lindo, rodeado de cerros, bellos jardines y paisajes que me recuerdan las ondulaciones juguetonas de Llau Llao camino hacia la costa. En el centro tiene muchas tiendas de antigüedades y una taquería donde he comido los mejores tacos de mi vida: Taquería Los Toreros. Los mejores de mi vida, repito. Además con Norma compartimos un Chile relleno, uau, que cosa más rica. Ni parecidos a los Mole Mole de Poughkeepsie, este resto de acá no le llega a los talones.
 Más tarde nos encontraríamos en un bar de karaoke….si, un domingo en la tarde en Martínez, la “juventud” de 40 va a cantar. Es de esos bares que a mi me dan arcadas, pero acompañé con mi mejor cara, por lo menos por un rato.

El lunes San Francisco nuevamente, partimos en el Bart, ultra rápido, desde los valles a la bahía. Un hombre se puso a cantar Yellow Submarine en medio del pasillo, feliz y contento,  y luego se bajó. Sería el primer hombre  que vería de una serie de personas que ví cantar en las calles de San Francisco, una señora cantando ópera en las calles de The Castro, acompañada por quien quisiera sumársele en sus  cánticos operéticos callejeros. Fabuloso.
Partimos, por dónde partimos…por el SFO MOMA ( www.sfomoma.org) pero no avanzamos mucho más allá de la tienda…una verdadera biblioteca y museo de objetos de diseño, de todo mi gusto. 


Luego de un par de horas y prometiendo volver, nos fuimos directo a ChinaTown,  a sumergirnos en las  tiendas de alpargatas, Norma buscaba un pijama nuevo, que por lo menos conmigo, nunca encontró. Joyas, ropa, chimuchina, mucha chimuchina de colores, brillantes, alegres. Y tés, tés por todos lados. Tés que se convertirían en mi nueva obsesión en unos días más. Almorzamos en un restaurant que nuevamente me trajo a Chiloé a la memoria, esta vez, Norma fue la que lo mencionó. Nada tenía que envidiarle a esos restaurantes de la costanera de Castro, no esos turísticos sino a los que van los parroquianos chilotes, de techos bajos, con un ascensor con polea para subir la comida, y pasando por la cocina para poder llegar al restaurant. La comida sublime y gigante.

Luego de Chinatown partimos a Japantown, lo nuestro, ese día , era el lejano oriente. Japantown dormía siesta para ser sincera. Pero comimos Mochi y tomamos gingeroot bebida. Los mochi, de harina de arroz y rellenos con porotos rojos, una delicia de oriente. Lindo, limpio y elegante, así se mostró Japantown ese día de lluvia para mí.


La noche terminó en el bar del Hotel Utah, en la zona más ruda de San Fran, al otro lado de la línea del Caltrain. Ese bar es de libro, con una barra de mahogany, traída de un barco antiquísimo. Mascaronas, copas antiguas, de cristal grueso y una serie de artilguos de antaño colgados. Además de un escenario y un open mic esa noche. Con un conductor de película, por lo lindo y simpático. Oscar cantó esa noche, así como muchos artistas que tocaron para el público y para una chica rubia, que había muerto recién…

El martes los Dryden nos sacaron a pasear. Destino Big Sur al que nunca lleganos porque íbamos parando a cada rato y se hizo tarde. La primera parada fue Café Fanny, un cafecito ondero, familiar, al estilo del Espresso, con unos desayunos sublimes y un olor a pan que perfumaba todo el barrio. Fue la primera vez que ví caffelattes así.


Pasamos por el bar Ashkenaz, y seguimos destino a Montgomery donde John Steinbeck escribió Cannery Row ( que tengo que leer, porque creo que es un librazo). Bien gringo el pueblo, pero lo mejor fue llegar a él parando en los puestos de frutillas recién cosechadas, corazones de alcachofas fritos, cerezas, todo fresco porque los estábamos en la región donde el agro ruge fuerte en USA.
Las playas, la comida, los paisajes que suben y bajan son un deleite. Llegamos justo a tiempo a San Francisco, para asistir a la clase de Hip Hop de Jesse, la hija mayor de Oscar. El hijo chico, de 23, “showed up”también y luego fuimos a una taquería picante en un barrio picante de por ahí.  Estuvo bueno, para terminar un día de lujo.

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