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miércoles, 2 de junio de 2010

Diario ( de atrás para adelante) de 10 días en el norte de California - y con un zoom a San Francisco

El sábado 15 de mayo amaneció asoleado en San José, con esa luz que hay en Castro en el verano: te hace arrugar los ojos, porque todo es terriblemente luminoso, y , por supuesto, no hace mucho calor. Así fue el clima en mis 7 días en San José. Nunca sentí calor, pero tampoco me congelé, a pesar de que no me pude sacar las zapatillas, calcetines incluídos.

Al despedir a la flamante delegación de Sharon, Diego y Laura, que ganaron  un cuarto lugar, histórico en la petit histoire de Chile y su limitada educación cientifica, me dí cuenta que me podía ir en los buses que llevaban gente a San Francisco. Pava yo porque debería haber atinado que eso iba a pasar en esta hiperconferencia mundial, no todo el mundo iba a llegar al pequeño San José. En fin, con la amabilidad característica de la gente de esos lados, sin ironías, me dijeron que por supuesto podría viajar con ellos. Así que subí al bus y media congelada me fui, a veces leyendo, otras mirando por la ventana.

Hasta que San Francisco comenzó a hacer su aparición.
Fue amor a primera vista. Recuerdo con claridad los cerros, las casas que se amontaban en las pendientes; la continuidad de los cerros, uno al lado del otro, no muy cerca pero tampoco lejos, dándole un ritmo, una melodía a lo que tenía ante mis ojos. Luego esas pinceladas de acuarela gris que se movían raudas en el cielo, y otras que estaban quietas, en la punta de un cerro, parecían una cascada lenta, de nubes grises que chorreaban. Esa fue mi primera vista de San Francisco. Verde, azul y gris.
 
El aeropuerto obviamente era gigante. Y  traté de pillar el vuelo de Norma, para darle una sorpresa pero no lo logré. Luego supe que venía de Seattle, por eso no pude encontrar su vuelo. Así que me fui a la oficina de  informaciones y pude obtener todo lo que quería, hasta la manera más barata de llegar al centro, 2 USD en SamTrans. El viaje en bus estuvo rápido y una vez dentro de la ciudad, la segunda vista fue tan bella como la primera: gente en las calles, edificios enormes y antiguos en el centro, pero con aire entre medio, algo así como Buenos Aires. Al bajarme y empezar a buscar Kuletho´s me dí cuenta que las cuadras eran a escala humana, casi lo que veía en el mapa, lo veía en la realidad…No me costó nada llegar al restorant, pero en tiempo, me tomó más del necesario porque al avanzar me iba topando con mis tiendas favoritas: Anthropologie, H&M, The Body Shop, Sephora, todo en la misma calle: Powell. Y más encima con los cablecar ahí mismo, subiendo y bajando la Powell….no lo podía creer.

El Kuletho´s (www.kulethos.com ) es un bar italiano, con muy bellos y amables hombres que atienden, donde en la barra cuelgan ajos, ajíes, y jamones. Una mezcla del mercado de Ancud y una buena tasca. Ahí esperé tomándome una copa de vino, hasta que a las 15:00 apareció Norma. Un gran abrazo, y un "Once again, we did it!" fue lo primero que nos dijimos,  muertas de la risa-

Dejamos nuestras maletas en el hotel boutique Villa Florencia, muy chic y elegante. Dijimos que éramos comensales del Kuletho´s  y eso fue el free pass para la custodia.

Libres de carga, partimos con viento fresco por San Francisco. Caminar, caminar hasta las 18, cuando Oscar y Kelly, hermano y cuñada de Norma, nos pasaran a buscar al Farmer Brown.

Tomamos un cablecar y nos fuimos paradas mirando un lado y el otro, la bahía, los cerros, la arquitectura, la gente, las calles, el viento y las nubes. Nos bajamos en North Beach, que no es una playa, sino uno de la decena de cerros que tiene San Francisco. Caminamos y nos encontramos en la Pequeña Italia. Allí nos tomamos un café, yo un té con un deli tiramisú, y nos sentamos bajo las estufitas que están pegadas a los techos,  a conversar y mirar la gente pasar. Estábamos atentas a encontrar la Citylights bookstore (http://www.citylights.com) , para comenzar a viajar en el tiempo y llegar a la generación Beat de antaño.  Seguimos caminando y la encontramos y recorrimos, prometiendo volver. No pudimos, el tiempo no alcanzó. Pero sí volvimos al Vesubio, el bar de al lado, a tomarnos un copete. Luego caminamos hacia el plano, saludando a lo lejos ChinaTown, porque volveríamos los días venideros.
Llegamos al bajo y a Farmer Brown. Uno de los bares más onderos en los que he estado, empezando por la música, la calidad y la ubicación de los parlantes, la decoración, la altura del local , y por supuesto, los “caballeros” que servían, como dirían mi amiga Marianela. Cominos gambo, exquisita sopa espesa que nada le envidia a nuestras pantrucas, pero con otro qué se yo, del sur de Usa. Cocina soul dirían algunos. Estaba lleno. Le va bien al campesino Brown, a pesar sus precios nada de bajos, y de estar en el borde mismo del barrio donde la cosa se pone más escabrosa, y se puede notar por las personas – negras- que se te acercan a cada rato a pedir plata;  porque andan mendigos hablando solos y porque en una que otra esquina te pillas con un policía esposando a alguien. Más de noche, agreguémosle a esto unas cuantas trabajadoras sexuales, que me imagino que no en las mejores condiciones de seguridad, se lanzan a la búsqueda de clientes. En fin, sigamos con Farmer Brown, porque en medio de un buen tema disco enchulado, llegaron Oscar y Kelly , y recordando que Norma me había dicho que su hermano amaba Italia y el estilo italiano, Oscar nos dijo que él invitaba a la cena, en el restaurant Pellegrini, cuyo dueño Darío, era amigo de él. En pleno North Beach, de vuelta, comimos ricas pastas y menestra. Luego unas vueltas locas por la ciudad y partimos hacia Martínez, al otro lado de la bahía. Pasamos por un mirador a mirar al bello SFO  iluminado y partimos a  casa. Obviamente yo no sabía si íbamos al norte o al sur, al este o al oeste, pero por esa noche, dejé pasar mi obsesión de saber dónde estoy, o más o menos estoy, cardinalmente hablando. Días después, mi amiga Norma me pondría: la cartógrafa….

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