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martes, 16 de marzo de 2010

Regalo de una (de las últimas) noches de verano 2010

Un blusón con hojas de otoño que caen fue una excusa para vestirme de celebración. El terremoto, el susto de las réplicas, saber que compatriotas tratan de recoger los palos de fósforos esparcidos por lo que antes fue su barrio, su plaza, su entorno, ...causa angustia, desazón. Estamos abatidos, en distintos grados, por distintos flancos, pero abatidos. Se respira un aire distinto en Chile, y no es sólo por el cambio de gobierno, porque la presidenta en la que más confié, a la que más la creí, la presidenta de verdad se fue y llega en su lugar un personaje de sonrisa falsa, de mirada ambiciosa, aparte de operada, y de una falta de talante presidencial sin precedentes para mi medianamente larga vida. No, no sólo por eso hay un aire distinto. En todas nuestras vidas hay un antes y después del terremoto, por más pequeña que sea la diferencia...La tierra se estiró, se encajó y a nosotros nos zarandeó la vida.
En medio de esto, sucedió la celebración del sábado pasado y todos ejercimos la libertad de gozar, de abrazarnos, emborracharnos y conversar hasta que el sol, cada vez más dormilón,  comenzara a aparecer. Aquí apareció este hombre, mezcla de tantos otros, pero único. Y la conversación se hizo amena, se llenó de risas, y no necesitamos atrasar la hora para tener más tiempo, por que esa mañana, nos hicimos dueños del tiempo.

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